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 Para la mayoría de los cubanos la década de los noventa, del pasado siglo, nos deparaba un escenario de vida que posiblemente pocos nos hubiésemos imaginado, un tiempo francamente de resistencia, pero también, para los que superamos las carencias y las tensiones que por general tienden a arrastrarnos a situaciones límites y hacia actitudes radicales, un proceso de crecimiento y consolidación espiritual .En ese contexto vio la luz, una generación de artistas plásticos bautizados por el crítico Gerardo Mosquera  como la generación de la mala hierba o La post- Utopía. De ese grupo que han esgrimido múltiples discursos que  se expresan   sobre el destino de la nación, hemos elegido en esta oportunidad el de Sandra Ramos, nacida en 1969, diez años después del triunfo de la revolución, con una infancia destinada a desenvolverse en  un vigoroso entusiasmo patrocinado por la ideología; esa infancia va a ser puesta a prueba en la poética de la propia artista, sometida a la duda, y al principio de incertidumbre, es también la infancia que  arrastrará siempre  a través de las “nuevas circunstancias”  ,que no son más que los tiempos sucesivos que conforman su obra, tiempos o mutaciones que hablan de lo reciente, sin  renunciar nunca a lo que me gustaría llamar la voz de la narradora, que  en este caso tiene como representación pictórica  una diminuta pionera que por lo general  explora en el universo de las decepciones.
 Lo crucial parece estar a la hora de nombrar las cosas , es por eso que al referirme a esa  muchachita con un uniforme escolar que aparece en sus obras no use la palabra estudiante sino la palabra pionera, que de hecho remite a una circunstancia política, a un deber ser que implica una serie de ritos o sublimaciones que confinaron a esas generaciones  de cubanos, a las que también pertenezco, a la urgencia de ser primero pionero, y después  estudiante ; por eso no es una casualidad que una obra como la suya también se desenvuelva en un clima de urgencia que la lleve de manera constante hacia un punto que puede describirse  como la necesidad de expresar, lo  que muchos terminan interpretando como la obligación de expresar ,y desde esa mirada la legitiman como una artista orgánica ,y comprometida. Pero lo que se expresa a través de ese  alucinante mundo de imágenes que ha ido construyendo a través de dos décadas no es para nada un panfleto, sobre todo porque trae la intensidad de una memoria que es puesta en juego sobre todo en el terreno de lo simbólico, de la cual emana mucha nostalgia, pero a la vez mucho deseo de transformación, fuerzas que en el espacio plástico se conjuran para atestarlo  de veracidad y muchas emociones.
La protagonista expone su cuerpo a través de un recorrido que ha ido ganando en solidez en la medida que ha construido una atmosfera, una peculiar manera de respirar, pero la función de ese cuerpo no es para nada autobiográfica, ella dona todas sus emanaciones, todos los mensajes que su cuerpo transfiere a la biografía de un tiempo, de un entorno social, y de unas circunstancias en  las que ella  se brinda como icono y referencia.

El punto de partida de esta aventura, que vuelve lo real subjetivo sin que el óleo  o el acrílico renuncien a los colores de la realidad,  ya que persisten con firmeza en casi todos sus objetos más preciados, ( y con especial claridad en el uniforme de la pionera), se localiza en el año mil novecientos noventa y tres cuando realizó su primera exposición personal, bajo el título de Matar Soledades,(integrada por veinticinco grabados) expuesta primeramente en El centro de las artes visuales en la Habana, y posteriormente en la galería Nina Menocal en México; en esta exposición apareció una  obra que presagiaba lo que después sería su vínculo definitivo con el agua: La maldita circunstancia del agua por todas partes, cuyo título se refería a un verso del poeta y dramaturgo Virgilio Piñera. La isla, el cuerpo- tierra se sentía acosado por la marea y corroída por el salitre pero a la vez nunca  renunciaría a la veneración de las aguas, así el agua pasaría en su obra a transitar con su doble filo, también con la fuerza de la creencia, sobre todo cuando una de sus obras nos dice que: el poder de un vaso de agua puede derrumbar a un edificio. El agua tampoco se puede dejar de interpretar en su relato visual, como el escenario principal a través del cual ocurre el éxodo. Así llegamos al año mil novecientos noventa y cuatro, clímax de ese éxodo al que  ella tanto se refiere y que va a vivir con intensidad en una instalación compuesta  por diez maletas pintadas en su interior, expuestas bajo el título de Migraciones, en el marco de la V Bienal de La Habana. Estas maletas aparecían como un equipaje emergente, debatiéndose entre lo lúdico y lo drástico, mostrando  escenas intimas de los seres imaginarios que debían transportarlas.

 A través de esas dos décadas, ya mencionadas, la artista se ha movido en varias técnicas que van del grabado a la pintura,  en esta última prefiriendo  al acrílico antes que al óleo, también incursiona con frecuencia en el dibujo, la impresión digital, y en el video, encontrando finalmente una cómoda libertad en las instalaciones, muchas veces hemos escuchado como lo críticos se refieren a ella como una grabadora excepcional, y al indagar en su formación  académica como artista encontramos que realizó una especialización en Grabado en la Escuela de San Alejandro, vocación con la que parece haber sido consecuente en el transcurso de su trabajo.

En la segunda mitad de los noventa se puede decir  que la obra de Sandra Ramos maduró con un fortalecimiento sorprendente del eje de lo conceptual, durante esta etapa se agudiza su afán  por insistir en lo subterráneo, que representa de alguna manera lo que subyace en una vida , en una sociedad, en una ciudad, y hasta en una nación, el verdadero drama maquillado por múltiples escenografías que van desde un discurso oficial hasta un simple vestido , ese  mundo sigue pareciendo la propia realidad ,pero revertida esta vez ligeramente hacia lo onírico, de este periodo se inscriben  en sus catálogos, obras tan importantes como: La isla que soñaba ser un continente(1995) ,La lección de Historia(1996); Los enigmas de la identidad(1997), Buzos (1999),  y Maquinaria para  ahogar las penas(1999).

Con el propio crecimiento de su obra Sandra Ramos ha confirmado que el tono de su discurso se desprende en gran medida de un ritmo permeado de sobriedad que apunta hacia la quietud y contiene sus criterios sobre diversos tópicos de la existencia  en la que está incluida la propia sexualidad sobre la que una vez nos confesó: “que la recibía como un acto sereno, a golpe de ternura y duración, un placer extendido en su suavidad y parsimonia hasta toparse  con el goce de manera inesperada”. El siglo XXI la ha visto evolucionar al compás de las texturas de estos años, a veces sorprendentes, a veces desconcertantes .La obra de Sandra  ha viajado junto a su modo incisivo de interpelar a las cosas, entre sus incursiones en diferentes galerías del mundo se encuentran: Trabajando PA’L Inglé en el Barbican Center, Londres (1999), en México, Galería Nina Menocal, también entre otros países su obra ha sido expuesta en Suiza, Japón y Estados Unidos. Entre los premios, y reconocimientos recibidos por ella se destacan: La beca Barbican center, en Londres, Inglaterra, la beca Civitella Raineiri Foundation; la distinción por la cultura nacional (cuba), el gran premio en el Salón Nacional del grabado, y el Premio La Joven Estampa, auspiciado por  la Casa de las Américas.
En esta  última década Sandra Ramos ha modificado sus obsesiones a través de los nuevos signos que han venido apareciendo, desde la irrupción en nuestro contexto del benéfico televisor chino Atec-Panda hasta el renacer en el imaginario, de esas niñas, que pueden ser nuestras propias hijas, del síndrome de Rapunzel,  sin dudas estamos ante una artista  que no pierde la sincronía con la velocidad de un tiempo que termina siendo  cruel  con los dubitativos, de un tiempo que no para y anuncia el futuro como un laberinto. Como cultora de la imagen puede llegar a ser visionaria, de una profundidad que alcanza cierta relación con sus vínculos con la literatura, en especial con la poesía, vínculo que puede justificar la manera en que progresan las imágenes en su obra.

Uno de sus últimos proyectos, poemas Invisibles, es una encarnación intensa y tierna de su vínculo mental con el lenguaje poético , en este nuevo trozo de significación  usurpa los versos del poema El río  del poeta Gastón Baquero ,y los pone a discursar nuevamente sobre el drama de la memoria personal, y del  poder de la imagen y de la poesía en sí; todo acontece a través de un túnel en forma de S que posee 8 ventanas transparentes cubiertas de acrílico, en cada una de las cuales se graban versos del poema ya mencionado. Sandra ha susurrado de manera emotiva   sobre esta obra: me gustaba la idea de que los adultos para entrar en el túnel tenían que sentirse pequeños otra vez, el túnel es para mí un símbolo de los lugares secretos de la infancia, un aglutinador de la inocencia, y la posibilidad de sobrevivencia de los sueños y la memoria.

 Siempre preocupada por el  equilibrio o conjura entre sí de los elementos inmiscuidos en el proceso creativo Sandra avanza, así  nos regaló:   Las ruinas de La Utopía, exposición exhibida durante los meses de Febrero—Marzo  del año 2009 en la Galería Villa Manuela de la Uneac. Algo nos hace pensar  que sus códigos siguen siendo vigentes y esclarecedores, y ese  algo parece relacionar su futuro creativo con el futuro de muchos de lo que hemos decidido quedarnos a vivir en esta isla. 

Su obra rebasa cualquier límite, cualquier temor a la retórica y no deja de nutrirse con esa validas obsesiones que posiblemente vayan tomando la forma de sus estados de ánimo  y de ciertas urgencias a las que no debemos dar nuestra espaldas, así la encontramos  enfrascada en su proyecto más reciente; una instalación llamada 90 millas, que se materializa a través de un puente que en la próxima bienal de La Habana será exhibido en El Museo Nacional de Bellas Artes. Este puente está previsto para que los espectadores puedan caminar sobre él, la obra es un objeto desarmable  compuesto por 6 cajas de luz con 12 fotos que muestran vistas Aéreas del mar en el  recorrido Habana—Miami. La intención de Sandra se resume en que el espectador pueda, ilusoriamente, caminar sobre las aguas que unen los extremos de una geografía mental que ha intervenido de manera drástica en la identidad cubana durante los últimos cincuenta años; el absurdo que provoca lo fracturado parece perturbarla ahora más que nunca, y de esa densidad de las contradicciones vuelve a emerger su innata capacidad de ripostar.

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